lunes, 30 de abril de 2018

Lunes 30 de abril

Lunes de la 5ª semana de Pascua

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Juan 14,21-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él." Le dijo Judas, no el Iscariote: "Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?" Respondió Jesús y le dijo: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho."

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Para Jesús, el amor ocupa la cima de todo, porque Dios es Amor. Por eso, el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas. Pero, ¿cómo se manifiesta el amor a Dios, el amor a Jesús? Él mismo nos da la respuesta: el que me ama, guardará mis mandamientos.
            “Te amo, Señor, y te quiero amar cada día más y mejor”
            “Te amo, Señor, pero me cuesta cumplir tu voluntad. Ayúdame”
            “Perdona y cura mi amor incoherente”

El amor es la puerta por la que Dios entra en nuestro corazón y nos permite descubrir el Amor que Él siente por nosotros.
            “Gracias Señor por hacer morada en mi”
            “Gracias por poder disfrutar de tu amor incondicional”
         
El Espíritu Santo es el maestro, el defensor, el guía…

Espíritu de Dios…

Enséñame la humildad y la sencillez
de vivir contento con lo que tengo,
de no querer más, de no esperar más.

Enséñame que solo se vive en cristiano
cuando se tiende la mano al que sufre,
se busca sin fin al perdido y se abre la casa al de fuera.

Enséñame esa ley misteriosa de la vida
de que abrazar lo nuevo exige soltar lo gastado
Y el sonido diferente de la vida solo lo enseña el silencio.

Recuérdame que Dios me quiere
sin límite, sin medida, sin fecha de caducidad.
y que sus abrazos, duran siempre, al menos, tres minutos.

Recuérdame, una y otra vez, que todos somos hermanos,
que no hay extranjero ni asesino
que quede fuera de mi fraternidad.

Recuérdame, en fin, que el paso del tiempo
no gasta las cosas ni mata los sueños
que tienen aroma de eternidad.

Severino Lázaro, sj

Esta oración, inspirada en las Confesiones de San Agustín, nos puede ayudar a sentir la Presencia de Dios que nos habita:

Angosta es la casa de mi alma para que vengas a ella: sea ensanchada por ti. Ruinosa está: repárala. Hay en ella cosas que ofenden tus ojos: lo confieso y lo sé; pero ¿quién la limpiará o a quién otro clamaré fuera de ti? De todos mis pecados líbrame, Señor.

¿Es verdad, Señor, que hay algo en mí que pueda abarcarte? ¿Acaso te abarca el cielo y la tierra, que tú has creado, y dentro de los cuales me creaste también a mí? ¿O es tal vez que, porque nada de cuanto es puede ser sin ti, te abarca todo lo que es? Pues si yo existo efectivamente, ¿por qué pido que vengas a mí, cuando yo no existiría si tú no estuvieses en mí?

Amonestado a volver a mí mismo, entre en mi interior, guiado por ti; y lo lo pude hacer porque tú te hiciste mi ayuda.
Señor, tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más alto que lo más sumo mío. Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían.

Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y me abrasé en tu paz.

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.