viernes, 7 de julio de 2017

Viernes 7 de julio

Viernes de la 13ª semana del t.o.

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 9, 9-13

En aquel tiempo vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió. Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: "¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?" Jesús lo oyó y dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Dicen los refranes: “El que va con un cojo, cojea” y “Dime con quien vas y te diré quien eres”. Detrás de estas expresiones hay mucha verdad, pero también se esconde mucha injusticia: el que va con un cojo, puede ayudarle a caminar mejor, el que está con “mala gente” puede animarles a cambiar de vida... En Jesús encontramos el ejemplo más claro. Se acerca a los pecadores, no por ser pecador, sino para ayudarles a salir del pecado, para que sean más felices.
            “Señor, gracias por acercarte a mí, pobre pecador”
            “Perdona mis juicios apresurados e injustos”

Jesús se acercó a los pecadores, a los más pecadores. Y nosotros, como cristianos, tenemos que seguir su ejemplo. Pero no podemos ser ingenuos; hay peligros, muchos peligros. ¡Cuantas personas han entrado de buena fe en ambientes difíciles y, además de no cambiar nada, han cambiado ellos a peor. Necesitamos conocer los peligros, no para encerrarnos entre los que se consideran buenos, sino para cumplir la misión de Jesús con las debidas ayudas: el apoyo de un grupo, el acompañamiento de un sacerdote o de una persona de confianza...
¿Cómo lo vives? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque nos amas, tú el pobre.
Porque nos sanas, tú herido de amor.
Porque nos iluminas, aun oculto,
cuando tu ternura enciende el mundo.
Porque nos guías, siempre delante,
siempre esperando.

Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque nos miras desde la congoja
y nos sonríes desde la inocencia.
Porque nos ruegas desde la angustia
de tus hijos golpeados,
nos abrazas en el abrazo que damos
y en la vida que compartimos.

Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque me perdonas más que yo mismo,
porque me llamas, con grito y susurro
y me envías, nunca solo.
Porque confías en mí,
tú que conoces mi debilidad.

Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque me colmas
y me inquietas.
Porque me abres los ojos
y en mi horizonte pones tu evangelio.
Porque cuando entras en ella, mi vida es plena.

Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
y te pido que me ayudes a ser misericordioso.

Adaptación de una plegaria de J.M. Olaizola.


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

jueves, 6 de julio de 2017

Jueves 6 de julio

Jueves de la 13ª semana del t.o.

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 9, 1-8

En aquel tiempo subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. Le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: "¡Animo, hijo!, tus pecados están perdonados". Algunos de los letrados se dijeron: "Este blasfema". Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: "¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados están perdonados", o decir: "Levántate y anda"? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados -dijo dirigiéndose al paralítico-: "Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa".
Se puso en pie, y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Es curioso. Jesús se encuentra con el paralítico y lo que primero que hace es perdonarle los pecados, no curar su minusvalía. Para Jesús era más urgente perdonar los pecados que curar la parálisis.

Normalmente, nosotros no pensamos así. Nos preocupa poco el pecado, no valoramos cómo afecta el pecado en nosotros mismos y en los demás. Incluso a veces creemos que el pecado da más satisfacción que una vida ordenada. Pero si reflexionamos un poco, nos daremos cuenta que las consecuencias del pecado son más graves que las de cualquier enfermedad:
-          El pecado rompe o dificulta la relación con Dios.
-          El pecado te hace sentir mal contigo mismo, te impide ser feliz.
-          El pecado te separa de los hermanos.

El perdón de Dios es más grande y más poderoso que todos nuestros pecados:

Señor, Tú eres el más grande,
el más comprensivo, el más amoroso.
Tú muestras tu poder con el perdón y la misericordia,
nunca con la venganza y la violencia.
Cierras los ojos a nuestros pecados,
para que nos arrepintamos,
porque somos tuyos,
nos llevas en tu corazón
y quieres que tengamos vida, vida abundante.

Gracias por salir a nuestro encuentro
en las personas que nos aman y en las necesitadas,
en los acontecimientos que nos hacen llorar y reír,
en tu Palabra y en los sacramentos.

Que sepamos acogerte con alegría,
para que tu mirada nos conquiste
y tu amor nos impulse a compartir.


El salmo 31 pueda ayudarnos a saborear y a acoger mejor el bálsamo de la misericordia de Dios:

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito.

Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día,
porque día y noche tu mano
pesaba sobre mí;
mi savia se había vuelto un fruto seco.

Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: "confesaré al Señor mi culpa",
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará.

Tú eres mi refugio, me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.

Me instruirás y me enseñarás el camino que he de seguir,
fijarás en mi tus ojos.

Los malvados sufren muchas penas;
al que confía en el Señor,
la misericordia lo rodea.

Alegraos, justos, y gozad con el Señor;
aclamadlo, los de corazón sincero.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

miércoles, 5 de julio de 2017

Miércoles 5 de julio

Miércoles de la 13ª semana de tiempo ordinario

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San  Mateo 8, 28-34

En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gerasenos.
Desde el cementerio dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino.
Y le dijeron a gritos: ¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo? Una gran piara de cerdos a distancia estaba hozando.
Los demonios le rogaron: Si nos echas, mándanos a la piara.
Jesús les dijo: Id.
Salieron y se metieron en los cerdos.
Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua.
Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados.
Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país.

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús pone en el nivel más alto de importancia a las personas. Por eso, no duda en curar a aquellos endemoniados, aunque a cambio tenga que morir una piara de cerdos.
            “Gracias Señor por querernos y valorarnos tanto”

Sin embargo, para los habitantes de aquel pueblo, los cerdos eran más importantes que aquellos pobres desgraciados. Los cerdos están por encima de las personas; en el fondo, el dinero es superior a Dios y a su Reino.

En la vida hay momentos en los que ayudar a los demás es una gozada. Nadie sale perdiendo. Todos ganan. Pero en otras ocasiones, ayudar a los demás pasa por privarme de caprichos, perder dinero, dejar de ejercer mis derechos... Y entonces surge la duda ¿vale la pena o no? ¿la gente merece que me sacrifique? ¿no es mejor vivir la vida sin complicármela?
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Jesús, Tú no eres un Dios comodón,
que se encierra en sus cielos azules
y no sale de templos preciosos.
Tú has plantado tu tienda entre nosotros,
en los barrios más pobres de nuestro mundo,
junto a las personas y los pueblos que más sufren.
Señor, haz que también yo siga este camino,
que me acerca a la realidad del mundo,
a las personas que me necesitan.

Señor, Tú luchaste contra el mal,
contra todos los espíritus que atormentan a la gente.
No empleaste otra arma que tu amor,
amor hasta el extremo, amor que da la vida.
Señor, ayúdame a descubrir los malos espíritus,
que hoy no dejan a tus hijos vivir con dignidad:
la injusticia, la mentira, el consumismo, la superficialidad;
la soledad, la desesperanza, el individualismo, la prisa...
Dame la luz y la fuerza del Espíritu Santo,
para luchar contra estos espíritus inmundos,
para liberarme de ellos y liberar a otras personas.

Señor, Tú fuiste expulsado de Gerasa
porque sus habitantes querían más a sus cerdos
que al hombre al que Tú liberaste.
Así fueron los gerasenos y así somos, Señor.
Nos preocupa más el dinero que las personas.
Nos dedicamos a nuestros intereses y caprichos
y aplazamos para mañana el amor a los que sufren.
Libéranos, Señor, del espíritu inmundo del egoísmo,
para que podamos experimentar la alegría
que sólo brota del amor, del servicio y la entrega.

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Nos rodean, nos entrampan
con fuegos de artificio,
nos muerden por dentro.

Sus nombres son envidia,
soberbia, desprecio, violencia,
prepotencia, burla, vacuidad,
abuso…

Nos ciegan,
aturullan con su discurso
incesante, con su lógica aparente.
Nos envuelven en razones.

Y, sin apenas darnos cuenta,
nos asolan y alejan a unos de otros.
Camuflan el dolor de indiferencia,
y adornan la nostalgia con risas fáciles.

Señor de la verdad desnuda,
del amor posible,
de la justicia auténtica
Dios con rostro humano,
hombre que apunta a Dios…
 Rompe las cadenas
 y líbranos del mal.
 Amén.

José Mª Rodríguez Olaizola, sj

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

martes, 4 de julio de 2017

Martes 4 de julio

Martes de la 13ª semana del t.o.

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 8, 23-27

En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron.
De pronto se levantó un temporal tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.
Se acercaron los discípulos y lo despertaron gritándole: ¡Señor, sálvanos, que nos hundimos! El les dijo: ¡Cobardes ! ¡Qué poca fe ! Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.
Ellos se preguntaban admirados: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

El Evangelio de hoy es un reflejo de nuestra propia vida. ¿Cuántas veces hemos sufrido problemas que nos han turbado y quitado la paz mientras parecía que Dios estaba dormido? No pocas veces hemos gritado a Dios porque creíamos hundirnos. Pero miremos la reacción de Jesús: reprocha nuestra falta de fe. Lo contrario de la fe y del amor no es el odio, sino nuestra cobardía.
            “Jesús, tengo fe pero dudo, ayuda a mi pobre fe”

Jesús no nos deja de la mano, pero a veces parece que está dormido. Esto nos hace ser más fuertes, nos provoca para que andemos por nosotros mismos a la luz de la fe. Si no sentimos consuelo en la oración creemos que Dios está lejos de nosotros y nos echamos atrás. Sin embargo, Jesús es nuestro tesoro, y los tesoros están ocultos. Hay que pasar por los desiertos de la sequedad y monotonía en la oración. Hay que ser valientes en esas noches en las que no vemos ni sentimos nada. Muchos se desesperan y se cansan. Los valientes llegan hasta el final y Dios premia sus ansias y su amor, su fidelidad.

¿Me canso en la oración y creo que en vez de caminar hacia Dios estoy retrocediendo? Si es así es que vas en la barca con Jesús, que no tenga que reprochar nuestra cobardía. Da gracias porque viene con nosotros en medio de la tempestad y de la noche.

Señor, tanto si me respondes como si no,
quiero seguir invocándote,
invocándote sin cesar,
bajo las bóvedas de la asidua oración.


Tanto si vienes como si no vienes,
quiero seguir confiando en Ti:
sabiendo que entras en mi interior
a poco que abra el corazón a ti y al hermano.


Tanto si me hablas como si no,
no permitas que me canse de invocarte.

Aunque no me des la respuesta que espero,
que no dude de que, de un modo u otro,
discretamente, te dirigirás a mí..


En la oscuridad
de mis oraciones más profundas,
sé que estás cerca, aunque no te sienta.


En medio de la danza de la vida,
de la enfermedad y de la muerte,
ayúdame a invocarte sin descanso,
sin caer en la desconfianza
por tu aparente silencio,

Dame una fe recia para esperar
tu palabra, tu presencia, tu paz.

Adpatación de un texto de PARAMAHANSA YOGANANDA

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Como viajeros perdidos y sin rumbo
en un desierto ardiente y sin agua,
a ti gritamos, Señor.

Como peregrinos con los pies destrozados
que no encuentran albergue,
a ti gritamos, Señor.

Como náufragos varados
en una costa abandonada,
a ti gritamos, Señor.

Como mendigos hambrientos
que extienden la mano para recibir alimento,
a ti gritamos, Señor.

Como ciegos sin lazarillo
que tropiezan con todo lo que hay en el camino,
a ti gritamos, Señor.

Como enfermos crónicos
que ya no saben qué es la salud,
a ti gritamos, Señor.

Como emigrantes sin papeles
en un país que no conocen,
a ti gritamos, Señor.

Como refugiados en campamentos
que pensaban eran lugar seguro,
a ti gritamos, Señor.

Como prisioneros inocentes
arrojados en cárcel húmeda y maloliente,
a ti gritamos, Señor.

Como pobres sin derechos
a los que nadie hace caso,
a ti gritamos, Señor.

Como personas desahuciadas de sus casas
por la prepotencia de unos y la desidia de otros,
a ti gritamos, Señor.

Como ciudadanos siempre olvidados
que no pueden ejercer sus derechos,
a ti gritamos, Señor.

Como personas torturadas
por haber acogido a otra de etnia distinta,
a ti gritamos, Señor.

Como los padres y madres que no pueden hacer nada
cuando les arrebatan sus hijos,
a ti gritamos, Señor.

Como el niño a quien roban su único trozo de pan
mientras sus padres yacen a su lado,
a ti gritamos, Señor.

Como el joven obligado a matar
para que no le maten,
a ti gritamos, Señor.

Como esa persona inocente
convertida en chivo expiatorio de nuestros desmanes,
a ti gritamos, Señor.

Como tú, Señor, que en lo alto de la cruz osaste gritar
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?",
a ti gritamos, Señor.

Florentino Ulibarri


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

lunes, 3 de julio de 2017

Lunes 3 de julio

Santo Tomás. 3 de julio

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Juan 20,24-29

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo."
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros." Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente." Contestó Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto."

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Las dificultades de Santo Tomás para creer por un lado nos sorprenden y por otro nos animan. Nos sorprenden: parece increíble que estuviera tan cerrado después de haber visto a Jesús, después de escuchar de sus labios que lo matarían y que a los tres días resucitaría. Pero sobre todo nos animan: ¿Quién no ha dudado alguna vez?
            “Señor, gracias por aceptar con paciencia nuestras dudas”
            “Perdona y cura nuestra falta de fe”

Sin embargo, lo más importante de Santo Tomás no son sus dificultades para creer, sino su confesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío! También nosotros estamos llamados a experimentar la presencia de Jesús resucitado y a confesar nuestra fe en Él.
            “Señor, ayúdame a sentir tu presencia en mi vida”
            “Señor Jesús, Tú eres el Señor de mi vida”
            “Señor mío y Dios mío, ten piedad de nosotros”

Jesús te dice: “Dichoso tú, que crees sin haberme visto” ¿Qué le dices tú?

Como Tomás…
también dudo y pido pruebas.
También creo en lo que veo.
Quiero gestos. Tengo miedo.
Solicito garantías.
Pongo mucha cabeza y poco corazón.
Pregunto, aunque el corazón me dice: “Él vive”
No me lanzo al camino sin saber a dónde va.

Quítame el miedo y el cálculo.
Quítame la zozobra y la lógica.
Quítame el gesto y la exigencia.
Dame tu espíritu, y que al descubrirte,
en el rostro y el hermano,
susurre, ya convertido:
“Señor mío y Dios mío”.

José Mª Rodríguez Olaizola, sj

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Dichoso tú, Tomás, que viste las llagas
y quedaste tocado;
te asomaste a las vidrieras de la misericordia
y quedaste deslumbrado;
palpaste las heridas de los clavos
y despertaste a la vida;
metiste tu mano en mi costado
y recuperaste la fe y la esperanza perdidas.
Pero, ¿qué hicieron después, Tomás, tus manos?

Ahora, ven conmigo
a tocar otras llagas todavía más dolorosas.

Mira de norte a sur,
de izquierda a derecha,
del centro a la periferia,
llagas por todos los lados:

Las del hambriento,
las del emigrante,
las del parado,
las del sin techo,
las del pobre pordiosero,
las de todos los fracasados. ¡Señor mío!

Las del discapacitado,
las del deprimido,
las del accidentado,
las del enfermo incurable,
las del portador de sida,
las de todos los marginados. ¡Dios mío!

Las del niño que trabaja,
las del joven desorientado,
las del anciano abandonado,
las de la mujer maltratada,
las del adulto cansado,
las de todos los explotados. ¡Señor mío!

Las del extranjero,
las del refugiado,
las del encarcelado,
las del torturado,
las de los sin papeles,
las de todos los excluidos. ¡Dios mío!

¿Quieres más pruebas, Tomás?
Son llagas abiertas en mi cuerpo
y no basta rezar: ¡Señor mío y Dios mío!
Hay que gritarlo y preguntar por qué;
hay que curarlas con ternura y saber;
hay que cargar muchas vendas,
muchas medicinas...
¡y todo el amor que hemos soñado!
¡Trae tus manos otra vez, Tomás!

Florentino Ulibarri

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No te fijes en mis fallos, sino en la confianza que siento en ti. Sobre esa confianza he basado toda mi vida. Por esa confianza puedo hablar y obrar y vivir. La confianza de que tú nunca me has de fallar. Esa es mi fe y mi jactancia. Tú no le fallas a nadie. Tú no permitirás que yo quede avergonzado. Tú no me decepcionarás.

Se me hace difícil decir eso a veces, cuando las cosas me salen mal y pierdo la luz y no veo salida. Se me hace difícil decir entonces que tú nunca fallas. Ya sé que tus miras son de largo alcance, pero las mías son cortas, Señor, y mi medida paciencia exige una rápida solución, cuando tú están trazando tranquilamente un plan muy a la larga. Tenemos horarios distintos, Señor, y mi calendario no encaja en tu eternidad. Estoy dispuesto a esperar, a acomodarme a tus horas y seguir tus pasos.

Pero no olvides que mis días son limitados, y mis horas breves. Responde a mi confianza y redime mi fe. Dame signos de tu presencia, para que mi fe se fortalezca y mis palabras resulten verdaderas. Muestra en mi vida que tú nunca fallas a quienes se entregan a ti, para que pueda yo vivir en plenitud esa confianza y la proclame con convicción. Dios nunca le falla a su pueblo.

Plegaria de Carlos G. Vallés

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

domingo, 2 de julio de 2017

Domingo 2 de julio

Domingo de la 13ª semana de tiempo ordinario A

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 10, 37‑42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
—El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es
digno de mí; y el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no
es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno
de mí.
El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado.
El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá paga de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

El que quiera guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda la recobrará. Quiere guardar su vida el que se preocupa únicamente de sus intereses: comer, beber, vender, comprar, sembrar... Cuando nos cerramos sobre nuestro interés, la felicidad no nos cabe dentro, acabamos perdiendo la vida.
     "Señor, perdona mi egoísmo y ayúdame a salir de él"

Hay un camino que conduce a la vida: perderla, entregarla, gastarla, ofrecerla, regalarla... por amor. Entregarla en el trabajo de cada día, en la convivencia familiar y con los amigos, en la vida de la comunidad cristiana, en la sociedad que vivimos. No se trata de hacer muchas cosas raras. Se trata principalmente de hacer lo que hace todo el mundo, pero con otro estilo, desde la generosidad, desde la gratitud.
     "Ayúdame a abrirme a mis hermanos"
     "Que mi primera ocupación sea, Señor, amarte y amar a las personas"    

Estamos llamados a acoger a los profetas, a los que actúan y hablan en nombre de Jesús. No quedaremos sin recompensa. Acoger a un profeta es acoger a Jesús, acoger su salvación, disfrutar de la vida que Él nos trae.
            “Enséñanos a reconocer y a acoger a tus profetas”

Caminaré siempre en tu presencia
por el camino de la vida.
Te entrego, Señor, mi vida, hazla fecunda.
Te entrego mi voluntad, hazla idéntica a la tuya.

Caminaré a pie descalzo,
con el único gozo de saber que eres mi tesoro.

Toma mis manos, hazlas acogedoras
Toma mi corazón, hazlo ardiente.
Toma mis pies, hazlos incansables.
Toma mis ojos, hazlos transparentes.

Toma mis horas grises, hazlas novedad.
Hazte compañero inseparable
de mis caídas y tribulaciones.

Y enséñame a gozar en el camino
de las pequeñas cosas que me regalas,
sabiendo siempre ir más allá
sin quedarme en las cunetas de los caminos.

Toma mis cansancios, hazlos tuyos.
Toma mis veredas, hazlas tu camino.
Toma mis mentiras, hazlas verdad.
Toma mis muertes, hazlas vida.
Toma mi pobreza, hazla tu riqueza.
Toma mi obediencia, hazla tu gozo.
Toma mi nada, haz lo que quieras.
Toma mi familia, hazla tuya.
Toma mis pecados.
Toma mis faltas de amor,
mis eternas omisiones,
mis permanentes desilusiones,
mis horas de amarguras.

Camina, Señor, conmigo;
Acércate a mis pisadas.
Hazme nuevo en la donación,
alegría en la entrega
gozo desbordante al dar la vida,
al gastarse en tu servicio. Amén

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

sábado, 1 de julio de 2017

Sábado 1 de julio

Sábado de la 12ª semana del t.o.

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 8, 5-17

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó diciéndole: Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.
El le contestó: Voy yo a curarlo.
Pero el centurión le replicó: Señor, ¿quién soy yo para que entres bajo mi techo? Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano.
Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes: y le digo a uno «ve» , y va; al otro, «ven» , y viene; a mi criado, «haz esto» , y lo hace.
Cuando Jesús lo oyó quedó admirado y dijo a los que le seguían: Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe.
Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos; en cambio a los ciudadanos del Reino los echarán afuera, a las tinieblas.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
Y al centurión le dijo: Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído.
Y en aquel momento se puso bueno el criado.
Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra en cama con fiebre; la cogió de la mano, y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirles.
Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él con su palabra expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos.
Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «El tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades».

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Sorprendió a Jesús la fe la fe del centurión. Quedó admirado: “En Israel no he encontrado en nadie tanta fe”. Relee el texto, imagina la escena, ponte en el lugar del centurión. Es impresionante.

La fe es la puerta por la que Dios se adentra en nuestras vidas, es la ventana por la que entra en el alma la luz y el calor del amor de Dios, es el permiso que Dios nos pide para poder hacer maravillas en nuestro corazón.

La fe es don de Dios. Un don que debemos pedir con insistencia.
La fe es un talento, un regalo que Dios ha puesto en nuestras manos para que pueda crecer con nuestro cuidado. La fe se alimenta en la comunidad cristiana, crece con la oración y la formación. Y sobre todo, la fe se desarrolla cuando nos la jugamos por Jesús y tenemos la experiencia de que Él nunca falla.

Aquel centurión no pedía para sí mismo, pedía para su criado. La fe es invencible cuando se une a la generosidad.

He oído hablar de Ti, Señor,
y ando tras tus pasos hace tiempo
porque me seducen tus caminos;
pero yo no soy quién
para que entres en mi casa.

Te admiro en secreto,
te escucho a distancia,
te creo como a nadie he creído;
pero yo no soy quién
para que entres en mi casa.

Ya sé que no hay castas ni clases,
que todos somos hermanos
a pesar de la cultura, de la etnia y el talle;
pero yo no soy quién
para que entres en mi casa.

Sé que lo puedes hacer,
pues tu poder es más grande que mi querer.
Sabes que anhelo abrazarte y conocerte;
pero yo no soy quién
para que entres en mi casa.

Agradezco que vengas a verme,
que quieras compartir techo,
costumbres, esperanzas y preocupaciones;
pero yo no soy quién
para que entres en mi casa.

Florentino Ulibarri


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.