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viernes, 2 de octubre de 2015

Viernes 2 de octubre

Santos Ángeles Custodios

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo  18,  1-5. 10

En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
-«¿Quién es el más importante en el reino. de los cielos?»
Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo:
-«Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial.»
Palabra del Señor.

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Los ángeles son seres personales y espirituales (no corporales), servidores y mensajeros de Dios.

A lo largo del antiguo Testamento, los encontramos, anunciando la salvación y sirviendo al designio divino de su realización: protegen a Lot (cf Gn 19), salvan a Agar y a su hijo (cf Gn 21, 17), detienen la mano de Abraham (cf Gn 22, 11), la ley es comunicada por su ministerio (cf Hch 7,53), conducen el pueblo de Dios (cf Ex 23, 20-23), anuncian nacimientos (cf Jc 13) y vocaciones (cf Jc 6, 11-24; Is 6, 6), asisten a los profetas (cf 1 R 19, 5), por no citar más que algunos ejemplos.

En el Nuevo Testamento, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el de Jesús (cf Lc 1, 11.26), protegen la infancia de Jesús (cf Mt 1, 20; 2, 13.19), sirven a Jesús en el desierto (cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43). Son también los ángeles quienes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf Mc 16, 5-7) de Cristo.

Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) a la muerte (cf Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 1013) y de su intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12). "Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida" (S. Basilio, Eun. 3, 1).

Pedimos a Dios que nos dé un corazón de niño, para acoger esta doctrina, expuesta en el Catecismo de la Iglesia Católica.
Agradecemos a Dios su amor y protección, manifestados en la cercanía de los ángeles.
Pidámosle que también nosotros seamos ángeles buenos: servidores y mensajes de Dios, protectores de la vida de los hermanos.

Ángel santo de la guarda, compañero de mi vida, tú que nunca me abandonas, ni de noche ni de día.

Aunque eres espíritu invisible, sé que te hallas a mi lado, escuchas mis oraciones y cuentas todos mis pasos.

En las sombras de la noche, me haces sentir tranquilo, cuando tiendes sobre mi pecho las alas de tu ternura.

Ángel de Dios, que yo escuche tu mensaje y que lo siga, que vaya siempre contigo hacia Dios, que me lo envía.

Testigo de lo invisible, presencia del cielo amiga, gracias por tu fiel custodia, gracias por tu compañía.

Tú que eres fiel custodio, enséñame tu santo oficio, para que sepa cuidar la creación y a las personas que pones en mi camino.

En presencia de los Ángeles, suba al cielo nuestro canto: gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. Amén.

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

martes, 15 de septiembre de 2015

Martes 15 de septiembre

Nuestra Señora de los Dolores.

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
Juan 19,25-27

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo." Luego, dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre." Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.


3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

María estaba al pie de la cruz, junto a su hijo. María se mantuvo a distancia cuando Jesús “triunfaba”, cuando querían hacerle rey, cuando lo aclamaban... Pero ahora, en la cruz, María está cerca, muy cerca.
“Gracias, María, por tu ejemplo de fidelidad y entereza”
“Gracias por estar siempre a mi lado, sobre todo cuando sufro”
“Danos fuerza, Señor, para acompañarte siempre”

“Mujer, ahí tienes a tu hijo... Hijo, ahí tienes a tu madre”. Jesús está preocupado por sus discípulos y cuando ya les ha dado todo, les da a su madre, para que los cuide, para que aliente su fe. María acogió la nueva misión y en su corazón resonaron aquellas palabras primeras: “hágase en mí según tu palabra”
“Gracias, María, por ser madre, nuestra madre, mi madre”
“Gracias, Jesús, por compartir con nosotros hasta a tu madre”
“María, enséñanos a estar cerca de los que sufren”

Para contemplar a María al pie de la cruz puede ayudarnos esta composición poética, llamada Stabat Mater:


La Madre piadosa estaba junto a la cruz, y lloraba
mientras el Hijo pendía;
cuya alma triste y llorosa, traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.

¡Oh cúan triste y afligida estaba la Madre herida,
de tantos tormentos llena, cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba del Hijo amado la pena!

¿Y cúal hombre no llorara si a la Madre contemplara
de Cristo en tanto dolor?
¿Y quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo, vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.

¡Oh dulce fuente de amor hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por Cristo amado, mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.

Y, porque a amarlo me anime, en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora, divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

Hazme contigo llorar y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo;
porque acompañar deseo en la cruz, donde lo veo,
tu corazón compasivo.

¡Virgen de vírgenes santas!, llore ya con ansias tantas
que el llanto dulce me sea;
porque su pasión y muerte
tenga en mi alma de suerte que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio;
porque me inflame y encienda y contigo me defienda
en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte de Cristo,
cuando en tan fuerte trance, vida y alma estén;
porque, cuando quede en calma el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.

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Señor Jesús,
aquí nos tienes reunidos al pie de la Cruz,
con tu Madre y el discípulo amado.

Te pedimos perdón por nuestros pecados
que son la causa de tus sufrimientos de ayer y hoy.

Te damos gracias por haber pensado en nosotros
en aquella hora de salvación
y habernos dado a María por Madre.

Virgen Santa, acógenos bajo tu protección
y haznos cercanos a tus hijos que sufren.

San Juan, alcánzanos la gracia
de acoger como tú a María en nuestra vida
y para seguir a Jesús con ella y como ella. Amén.

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.