domingo, 18 de noviembre de 2018

Domingo 18 de noviembre

Domingo de la 33ª semana del t.o. B

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Marcos 13, 24‑32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: —«En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearan.

Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

A. Con un lenguaje ciertamente difícil de comprender, el Evangelio de hoy nos habla del final de la historia, un final que fundamentalmente será positivo: Jesús, el Hijo del Hombre, aparecerá glorioso y los elegidos (los que hayan vivido en el amor) serán finalmente congregados. No caminamos, por consiguiente, hacia la destrucción completa, caminamos hacia la felicidad total de todos. En el fondo, este evangelio es un grito de esperanza.


A veces hay que esperar,
porque las palabras tardan
y la vida suspende su fluir.

A veces hay que callar,
porque las lágrimas hablan
y no hay más que decir.

A veces hay que anhelar
porque la realidad no basta
y el presente no trae respuestas.

A veces hay que creer,
contra la evidencia
y la rendición.

A veces hay que buscar,
justo en medio de la niebla,
donde parece más ausente la luz.

A veces hay que rezar
aunque la única plegaria posible
sea una interrogación.

A veces hay que tener paciencia
y sentarse junto a las losas,
que no han de durar eternamente.

José Mª Rodríguez Olaizola, sj
B. Este mundo avanza hacia su cumplimiento feliz porque Dios mismo está empeñado en ello. Hay que descubrirlo allí donde aparecen ramas nuevas de solidaridad y justicia, allí donde brotan yemas de perdón y fraternidad. Allí está Dios. Hay que descubrirlo, alegrarse, dar gracias y trabajar con él, para seguir empujando la historia hacia la paz con él y con todas las personas.
     "Concédenos Señor luz para descubrir tu presencia en el mundo"
     "Gracias Señor por todo lo que haces entre nosotros"
     "Gracias, Jesús, por contar conmigo para transformar el mundo"
 
C. "Cielo y tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán". Las palabras de Jesús se cumplen siempre, hasta las que parecen más irreales. Cuando vivimos de acuerdo con su palabra somos felices. Es la experiencia de cualquier cristiano, de cualquier persona que siga la palabra de Jesús, aunque no lo sepa. Su palabra es verdad y nos conduce a la vida.

Pasan los días y los años
se enreda la historia, y se llena
de nombres, de rostros, de gestos.
Se suceden los llantos y las risas.
Se arrugan los rostros y las manos.
Se llena de nieve el cabello.
Hay heridas que al fin cicatrizan.

Pasan palabras que se olvidan,
canciones que mueren,
versos que nadie recita más.
Pasa la vida, sólo una.
Pero tu palabra permanece.

Permanece el amor, como fuerza
poderosa. Permanece cada caricia
que humaniza el mundo;
cada acto de perdón,
y cada fiesta sin excluidos.

Permanece la bienaventuranza
como una forma de ser,
y el prójimo, y el abrazo
al hijo ausente que regresa.
Tu palabra no pasa. Nunca

José Mª Rodríguez Olaizola, sj


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.