miércoles, 7 de marzo de 2018

Miércoles 7 de marzo

Miércoles de la 3ª semana de Cuaresma

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 5,17-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos."

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús en ocasiones no cumple algunos aspectos de la ley. Y es criticado por ello. Eso no significa que la ley sea para él inútil. El Evangelio de hoy nos lo dice. Jesús no ha venido a tirar a la basura la ley, sino a perfeccionarla.
Es curiosa la actitud de Jesús. A veces se salta la ley, sobre todo cuando tiene que beneficiar a personas. Y en otras ocasiones en mucho más exigente que la ley. Nos enseña así a valorar la ley, las leyes. Ni hay que absolutizarlas, ni hay que  ridiculizarlas. El amor es la clave para entender cualquier ley.
Otra cosa importante: cuando hacemos alguna cosa mal, al principio nos duele, después nos acostumbramos, más tarde lo justificamos, a continuación lo enseñamos así a los hombres y, si nos descuidamos, criticamos a los que hacen lo correcto.
¿Qué te dice el Señor con este Evangelio? ¿Qué le dices?

“Señor, ayúdanos a amar por encima de cualquier ley”
“Danos tu Espíritu para ser fiel a tu ley”
    “Perdona nuestras infidelidades y malos ejemplos”

Hay palabras que esclavizan y palabras que liberan...

Tu Palabra alimenta
No te lo decimos, Señor, de oídas
Nosotros hemos comido, nos hemos bebido tus palabras
y nos han sabido a miel, bien sabrosas.

Te damos gracias, Señor, porque no nos falta tu Palabra
Andamos escasos de pan, pero por lo menos te tenemos a ti.
Tu Palabra nos fortalece para buscar el pan,
el pan nuestro, el pan de los pobres, el pan de todos:
el pan de trigo, el pan del amor, el pan de la fe.
Tu palabra nos da fuerza para no desmayar en el camino,
para luchar por la vida, por la justicia, por la paz.

Hemos experimentado que tu palabra da vida,
nos recuerda que somos tus hijos queridos,
que en tu casa y en tu corazón hay un hueco para cada uno
y que tu amor es más poderoso que nuestros errores.
Tu palabra nos anima a vivir como auténticos hermanos,
y da un contento que contagia a todo el cuerpo.

Tu Palabra no es una droga que nos saca de este mundo,
no nos da un bienestar momentáneo que pronto se esfuma.
Al contrario, tu Palabra nos desnuda y nos trae a la verdad
Tu Palabra nos obliga a mirar lo que no queremos ver:
a descubrir nuestra verdad y la verdad de nuestra sociedad.

Tu Palabra, Señor, transforma nuestros pensamientos,
purifica nuestros sentimientos, cambia la vida entera.
Si la aceptamos, si aceptamos la conversión que nos propone
sentimos luego que ella nos da vida verdadera,
esa que el mundo no puede dar ni quitar

Señor, que no nos falte tu Palabra
y que cada día respondamos a ella un poco más
Te lo pedimos por tu Palabra,
Jesús, nuestro Señor. Amén

Salmos de vida y felicidad  (adaptación)

---------

Salmo 118:

Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón;
el que, sin cometer iniquidad,
anda por sus senderos.

Te alabaré con sincero corazón
cuando aprenda tus justos mandamientos.
Quiero guardar tus leyes exactamente,
tú, no me abandones.

¿Cómo podrá un joven andar honestamente?
Cumpliendo tus palabras.
Te invoco de todo corazón:
respóndeme, Señor, y guardaré tus leyes;
a ti grito: sálvame, y cumpliré tus decretos;
me adelanto a la aurora pidiendo auxilio,
esperando tus palabras.

Mis ojos se adelantan a las vigilias,
meditando tu promesa;
escucha mi voz por tu misericordia,
con tus mandamientos dame vida;
ya se acercan mis inicuos perseguidores,
están lejos de tu voluntad.

Tú, Señor, estás cerca,
y todos tus mandatos son estables;
hace tiempo comprendí que tus preceptos
los fundaste para siempre.

Gloria al Padre y al Hijo
y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.