domingo, 13 de agosto de 2017

Domingo 13 de agosto

Domingo de la 19ª semana de tiempo ordinario A

1. Abro el corazón a Dios.
Puede servir la repetición de alguna oración breve:
     "Gracias Señor porque estás siempre a mi lado",
     "Ayúdame a sentir tu cercanía",
     "Quiero estar contigo, Jesús".

2. Lectura del Evangelio. Escucho.
San Mateo 14, 22-33

Después que sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaron a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento les era contrario.
De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: "¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! Pedro le contestó: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua". El le dijo: "Ven". Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Señor, sálvame". En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: "Realmente eres Hijo de Dios".

3. Reflexiono y rezo. Respondo. 
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

El Evangelio nos cuenta como Jesús deja a la gente y a los discípulos y marcha a la montaña a orar. Nos fijamos en dos detalles significativos:
- Jesús ora y ora largamente y a menudo. Es tan natural, que el Evangelio nos lo comenta de pasada.
- Jesús ora en la montaña. Hubiera podido rezar en casa. Pero parece que la montaña le ayuda más a estar con su Padre.
Sin embargo, la experiencia de muchos cristianos es que rezamos poco y forzadamente. Y además, en muchos momentos oramos de cualquier manera, en el lugar menos apropiado.
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

El mar es símbolo de peligro. Jesús anda sobre el mar, está por encima de cualquier inseguridad. Y nosotros, con la fuerza del Espíritu, podemos andar con firmeza sobre el mar de la vida. Y si en algún momento falla nuestra fe, pidamos ayuda al Señor y agarremos su mano tendida para poder seguir caminando.
            “Señor, dame seguridad para avanzar en medio del mar del mundo”
            “Gracias por la fuerza de tu Espíritu”
            “Perdona y cura nuestra falta de fe”
            “Dame humildad para pedirte ayuda y agarrar tu mano”

Muchos dicen que en esta barca
vamos, más que nunca, a la deriva;
que es muy antigua y nada atractiva,
que ha perdido seguridad y rumbo,
que hace aguas por todas las esquinas
a pesar de sus arreglos y proclamas;
y que sus timoneles desconciertan
a quienes se acercan con fe y ganas.

Dicen que sólo ofrece palabras;
que coarta la libertad y la gracia;
que ata, en nombre de Dios, la esperanza
anunciándose servidora humana;
y que se cree tan verdadera y necesaria
que las personas honestas y sanas
acaban dejando que pase,

Y aunque se pase las noches bregando
no pesca nada en las aguas que surca
ni puede compartir con otras barcas
las fatigas y gozos de las grandes redadas.
Lo único que le queda en esta travesía,
antes de quedar varada en la orilla,
es remar mar adentro y echar las redes
siguiendo tu consejo y palabra.

Y, sin embargo, esta barca,
tan llena de miserias, tan humana,
tan poco atractiva y desfasada,
a la que ya pocos miran
y es objeto de risas y chanzas,
es la que me llevó por el mar de Galilea
y me enseñó a no temer tormentas
y a descubrirte, sereno, en la popa.

Esta barca a la que Tú te subiste,
para hacerme compañía y prometerme
ser pescador y entrar en tu cuadrilla,
todavía recibe ráfagas de brisa y vida
y es, aunque no lo comprenda,
mi casa, mi hogar, mi familia
para andar por los mares de la vida
a ritmo y sin hundirme, con la esperanza florecida.

Florentino Ulibarri

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Yo te amo, Señor, porque estás conmigo. Tú  eres como peña segura, como un alcázar. Tú eres mi liberador, mi roca, mi refugio. Eres mi fuerza salvadora, el escudo que me protege.

Cuando me siento en peligro, cuando me cerca el mal y la mentira tendiéndome sus redes, tú, Señor, escuchas mi llamada y das respuesta a mi súplica.

Tú eres, Señor, el único que permanece. Todo pasa, todo se acaba, todo tiene muerte. ¡Sólo tú vives para siempre! Por eso, Señor, he puesto mi confianza en ti.

Tú salvas al pueblo afligido y humillas los ojos soberbios. Señor, tú enciendes mi lámpara; Dios mío, tú alumbras mis tinieblas. Fiado en ti me meto en la lucha, fiado en ti asalto las dificultades. Vale la pena andar por tu camino.

Por lo grande que has sido conmigo, te doy gracias en medio de los hombres, porque me acompañas siempre y me vistes de poder en la fuerza de tu Espíritu, te doy gracias.
No tengo miedo, me siento seguro en ti. Tú eres el valor y el ánimo de mi lucha. Tú eres, Señor, Dios que salva.

4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.